Decía Protágoras que el hombre es la medida de todas las cosas. Y, con ese aparentemente sencillo pensamiento, el sofista griego inauguró dos corrientes diferentes: aquellos que interpretaban que el hombre se refería a cada individuo y, por tanto, todo respondía a una observación subjetiva (o, lo que es lo mismo, cada individuo es la medida de su mundo) y los que, como Goethe, asumían que se hablaba de una idea genérica: el ser humano, como especie, servía como baremo para interpretar el mundo. Esta última acepción de la cita de Protágoras, la más genérica, cobra especial importancia al acercarla al mundo del arte. Se observa que el cuerpo humano es un tema común a cualquier disciplina artística. Y nos sirve, como espectadores del pasado, para tomar el pulso al universo: desde la arquitectura (la teoría de la armonía arquitectónica de Vitruvio, en el siglo I A.C. ya incorporaba al hombre como medida) a la pintura (aseguraba el británico Edward Burne-Jones que -la única expresión permitida en un gran retrato es la expresión del carácter y la catadura moral, nada temporario fugaz o un accidente, apelando así a la vocación perdurable de la obra y, por extensión, de la humanidad) o la escultura (la Venus de Willendorff es una de las más populares representaciones femeninas fechadas alrededor del 28.000 A.C., quizá invocando la fertilidad). Esta omnipresencia del ser humano en todas las categorías artísticas es, sin embargo, mucho más representativa de la sociedad occidental, que aborda la representación fidedigna del individuo con más realismo que otras culturas. Y es un hecho que ha sido favorecido por las religiones cristianas, muy propensas al uso de imágenes, relieves y esculturas para educar a los parroquianos en los pasajes de la Biblia más representativos. Nótese cómo el Islam favorece la decoración ornamental geométrica, ya que Dios es el único que puede crearlos (o, para el caso, recrearlos). La cultura oriental representa la figura humana con esquemas prefijados y generalmente sin sombra, conforme a un sistema convencional fundamentado en extraer la esencia del individuo sin recrear los detalles. La representación del cuerpo, sin embargo, ha vivido su propia evolución dentro de las corrientes artísticas. En el paleolítico y el neolítico la imagen de una mujer de anchas caderas era símbolo de la fertilidad. En el siglo de Pericles (V A.C.), el ser humano se convertía en símbolo: adoptaba determinadas posturas o portaba atributos para ser traducidos por el espectador. Con las cruzadas y la cristianización de Europa, Dios se convierte en medida de todas las cosas, pero no siempre es un hombre: también es un cordero, una paloma, los peces, una cruz Y con la llegada del Barroco, en los siglos XVII y XVIII el hombre, convertido en metáfora, e interpretado como un estado de ánimo, se vuelve paisaje: el amanecer es el nacimiento de una nación, el anochecer y las ruinas remiten a la decadencia de una sociedad, una borrasca es sinónimo de tristeza y depresión- Esta concepción alegórica de la humanidad cobra especial relevancia en el siglo XX. El arte conceptual requiere, en muchas ocasiones, de conocimientos previos para traducir el significado real de cada obra. Marcel Duchamp, por ejemplo, emplea una bujía para representar a la novia (la chispa) y en las obras de Salvador Dalí, la aparición de una hormiga remite a la descomposición de los cuerpos. A pesar de los avances tecnológicos (o, precisamente, a causa de ellos), el hombre se siente cada vez menos fuerte frente al mundo. Lo mira desde el otro lado de la pantalla del móvil y, cuando no hay cobertura, puede perder conexión con la realidad. El cuerpo sigue siendo la brújula principal para volver a orientarse. Y los resultados que arroja la búsqueda siguen dependiendo de qué interpretación dé cada individuo a la medida universal concebida por Protágoras. Haya wifi o no, el hombre sigue siendo la medida que nos orienta en el espacio-tiempo.
Descripción:
Exposición creada con motivo de las "I jornadas el cuerpo como medida" 18 y 19 de Febrero de 2016 Sala de palmeras URJC, Fuenlabrada